Friday, October 23, 2009

En La poesía en la práctica Gabriel Zaid señala el oficio del escritor como un crédito literario auspiciado por un amigo que lee eso que el escritor quiere decir pero no dice en su obra, o simplemente celebrarlo porque está dicho. Zaid añade que “la auténtica lectura implica crédito a lo que no se sabe; disposición, apertura, para ir leyendo algo que quizá nos defraude, o, que, milagrosamente, nos exprese. Ese crédito individual puede llegar a ser colectivo: el público, el conjunto de los celebrantes, consagra a un autor, le da crédito literario, espera anticipadamente de él, con predisposición favorable, lo que no se sabe, le da confianza para que él mismo se disponga activamente a convocar el advenimiento de su obra”[1]. Es probable que dicho crédito lo otorguen, dentro de esas colectividades, asociaciones e instituciones para estimular de cierta manera a personas que son íconos de la cultura, cosa atractiva hasta cierto punto pues esto permite cuestionarnos sobre su aporte social o artístico, si es que han aportado algo en uno u otro rubro[2]. En el caso de la literatura regional, ¿en verdad ciertos nombres son íconos por su obra, por su labor extraliteraria o por su labor de promoción a la lectura?



[1] Zaid, Gabriel. La poesía en la práctica. Fondo de Cultura Económica, 1985 P. 53

[2] Con “algo” no sólo me refiero a acumular sino a crear o generar consciencia estética y/o crítica, terreno peligroso que hiere subjetividades.

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