Tuesday, June 27, 2006

Un poema de Facundo Giménez


De Facundo Giménez, ese poeta de de la Costa Atlántica, en Argentina, ya había leído uno que otro poema por Internet. El que aquí presento tuve la oportunidad de escucharlo de su propia voz, voz de joven (Giménez cuenta apenas con 21 años de edad) pero fuerte, seguro del poder durísimo de sus versos. El poeta Nicolás Antonioli me presentó a Giménez a finales del año 2005, cuando viajaba yo por la ciudad de San Fernando, en la provincia de Buenos Aires. Morocho, metro setenta, pelo corto... Giménez se me figuró ese tipo de personas que saben lo que quieren y por qué lo quieren, tanto que con sólo mirarlos da un miedo terrible a las demás personas que creen saber lo que no saben. "Tengo un poema para leerle", me dijo después de una presentación informal en el café de la calle Constitución en San Fernando, mostrando su enorme sonrisa, algo efusivo. "Háblame de tú", le dije. Y empezó a leer. Miraba la hoja y levantaba la vista para ver nuestros rostros, el de Nicolás, el mío. Al terminar, Nicolás, tomándose la barba, poniéndome su mano sobre mi hombro me dijo en voz baja para que no escuchara Facundo: "No le digas algo de su poema, que me gustó". Quedé en decirle algo a Giménez la próxima vez que nos viéramos, cuando ya publicara él su primer libro, que no se desesperara si en ese momento no decía algo, que estaba Nicolás, que por lo menos me esperara.
PALABRAS
del tiempo
de la clepsidra del último discurso de Sócrates
del silencio de los pájaros que no duermen
de la boca del fuego en el vientre de un cristal
que refleja formas sin rostros del indescifrable placer
de presentir en un páramo de hombres urgentes
el corazón de las gaviotas
de la exactitud de la cifra donde todo es número es
aire y número y número y estrangulación de los cuerpos lábiles
y número y Dios y abismo de Pascal y número
hasta la nausea de los hoteles de las mujeres multiplicadas del labio
que dice que habla y dice y ama-
se a sí mismo como a nadie más
que no fuera la hipérbole del sol
derrumbándose en los latidos que ceden
que se incendian como el paisaje
del luto de los dioses humanos del alba del después
de los días argelinos que fueron el tormento
de cada una de las costras de arena
en el rostro desaforado de Rimbaud de los monumentos
que se demoran gloriosos del incesante silencio
que no sucumbe sino que agoniza estelarmente
como la noche de las brasas del canto fragoroso de los primeros guerreros de la fuerza
de las cosmogonías acuñadas con sangre en los escudos que sobreviven
/ de la última lágrima
del llanto del ejercicio de la palabra salvaje
del brutal estilo de las mujeres muertas del orgasmo
de la noche
del miedo

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