Wednesday, July 19, 2006

Para una poética en la obra de Eduardo Langagne



No hay duda de que uno de los rostros que nos muestra un artista es su obra, sin negar el otro que esconde en su quehacer de todos los días, por ejemplo el de ser promotor cultural. La obra, primer rostro del artista, es el encuentro fortuito con alguna emoción, con algún sentimiento buscado y que en ocasiones el resultado es accidental. La obra nunca se independiza de la vida del autor como sí ocurre con ese instante para crear. Cualquier pretexto es bueno para hacer creación literaria.
Intenta el poeta que su obra sea vista, leída por sus contemporáneos –o por la inmensa minoría, como dijo Juan Ramón Jiménez- y aplaudida por un futuro lector. A los eventos que desfilan por sus versos no sería sorpresivo que encontrásemos cierta mentira, lo cual no significa que lo dicho no sucediera: el poeta nos hace ver lo que hay más allá de las palabras, nos sugiere –dice Pound- las cosas, la imagen, antes de pintarlas. El poeta escribe lo que ve, lo que quisiera ver, lo que vio. La poesía es biografía. Este es el caso de Eduardo Langagne (ciudad de México, 1952).
La mayor parte de los poemas de Langangne están escritos en un plano meramente anecdótico con un lenguaje coloquial. Esto nos hace recordar a un Ramón López Velarde, Rilke, a un Kavafis, Pavese o a un Paul Eluard e incluso a Juan Gelman, (conocida es la deuda de Langagne para con este último poeta) por mencionar sólo algunos. El estilo de Langagne en sus primeros poemas hasta lo últimos que escribe, paulatinamente, van desde una apuesta por la musicalidad de la palabra, por ejemplo aquellos poemas que explican el arte de la creación a través del lápiz en el libro Para leer sobre un tambor, 1986 (libro con un acento infantil, lúdico, pero nada ingenuo). Dije lápiz ya que este instrumento “tiene verdades reales/ y verdades que no van a suceder”; musicalidad de la palabra desde libros como Donde habita el cangrejo, premio Casa de la Américas en 1980, La Habana, Cuba, o Navegar es preciso, 1987, hasta, después, tender hacia una poesía más plástica, como en Cantos para una exposición, Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1994, o El álbum blanco, 2004, entre otros libros donde coinciden maravillosamente el sonido con la imagen. Es esa la dirección que toman sus poemas, y lo advertimos desde el título mismo. Por lo tanto, no es inútil señalar el contubernio de la música y la pintura que hay en la poesía de Eduardo Langagne. Esto es posible en cualquier otro poeta, lo confieso, pero lo atractivo de leer a Langagne consiste en que su poesía cobra un aliento lírico y reflexivo sobre el hecho cotidiano y de creación literaria: poemas donde explota el festejo por la vida.
El habla coloquial en la obra de Langagne se transfigura para dar cabida a una forma distinta de nombrar las cosas con un tono literario. El gusto por la anécdota, por tener algo qué contar de lo cotidiano, radica en mayor medida en el asombro que es el habla coloquial: el martilleo a un clavo o el goce por asistir a una exposición de Roberto Rosique y Enrique Trejo hace que los poemas de Langagne, ya lo dije, se cuestionen sobre dicho acontecimiento dentro del mismo arte de la creación literaria. El hacer uso de un lenguaje limpio de una retórica excesiva permite al poeta, por otro lado, detenerse un poco sobre el hecho a contar, como pocas veces sucede en el habla de todos los días. Me parece que allí se encuentra mucho del oficio, del oído de buen músico que es también este poeta: el encontrar el momento adecuado para que el ritmo en el interior del verso sea el necesario para dar énfasis a lo expresado, o simplemente con un discurso que exige al lector detenerse en esos versos: ¿de qué habla el poeta?

El próximo, el cercano día,
estaremos bebiendo el vino añejo
en aquel rincón húmedo del sur.

Entraré mi guitarra en esa casa
de bernal, provincia buenos aires,
para cantar con los muertos,
los vivos
y demás endurecidos por el fuego.
(de Donde habita el cangrejo)
José Angel Leyva[1] señala que la técnica de Langagne es un tributo a la digestión estética del lenguaje contemporáneo. Yo diría que va más allá, pues el estilo, como también la forma y técnica, de los poemas hace que reconozcamos en los versos una aparente sencillez, pero que un análisis más profundo nos muestra que no todo es tan llano como pudiera parecer en una primera lectura. Si arriba señalé el gusto por la anécdota en Langagne, cabría más subrayar la necesidad de este poeta por expresarse con sus cinco sentidos, haciéndose muy particular ese gusto por contar algo, identificándose a sí mismo como poeta a través del lenguaje.
Son varios los elementos que señalan un espacio/tiempo musical en los poemas de Langagne: trátese de un tambor, de una guitarra, de una canción de un indio yaqui en su danza, entre otros. La importancia que cobran estos elementos surge a partir de su contacto con el espacio que los rodea. Así, desde la perspectiva de la cual nos canta el poeta, un instrumento musical funciona como punto de fuga en el poema: el poeta se refiere a ese instrumento como si fuera todo el arte, una asimilación del arte mismo. Ya en un principio de la lectura de este trabajo me referí al lápiz (el lápiz como el arte de la creación en la pintura), ahora menciono otro ejemplo: un violín tocado por Agustín Bernal (poema que aparece en Cantos para una exposición) no sólo es un violín sino que también es un puente entre lo que sucede en ese momento al ser tocado, y su música es la que lleva al oyente, el poeta, a idear sueños tranquilos en un después incierto:
Cierra los ojos y escúchalo cantar,
óyelo cómo tararea, larará, Lulú;
en ese contrabajo está la salvación de nuestros hijos.
(de Cantos para una exposición)
Eduardo Langagne no es un poeta oscuro, es un poeta de lo claro, poeta que construye su casa con palabras, Langagne nombra, sugiere, llena de ritmos la hoja en blanco, de imágenes que atrapan al lector con las vivencias del autor:
Amasemos alegres el amoroso pan
con agua y sal y nuestros recios brazos.
Al compartirlo habremos de cantarlo.
*
Comienzo a amar la casa a la que me he mudado
huele a nardos y a café del día
hay una tibieza transparente
y una música que va a nacer
(de Navegar es preciso)
Eduardo Langagne hace trato directo con lo sucedido, sin rodeos a la cosa expresada, por medio de imágenes sensoriales, plásticas. Así, el lector de la obra de Langagne tiene de pronto la sensación de que sin saber cómo ni cuándo se encuentra dentro de la musicalidad de los versos del poeta. Y no es para menos puesto que Eduardo Langagne, ya lo insinué líneas mas arribe, también ha escrito algunas canciones, canciones donde expresa la exaltación de la vida, de las cosas comunes que nos rodean, delicadas, de los sonidos sensuales.
No olvidando la musicalidad, la obra poética de Langagne, desde una apuesta primero por la música, tiende a una apuesta por la armonía plástica y musical en el verso, por ejemplo en Cantos para una exposición, libro dividido en cuatro apartados, tres de los cuales son “salas de exposición”, incluyendo un apartado que lleva por nombre “fotografía” mientras que el último es un “retablo”:
Para ser más luminosamente exacto
ese día de sol
Eduardo tuvo entre las manos
los poemas de Sydney
los poemas de West entre las manos
mismas que acariciaban una hija
que Eduardo tuvo en esos esplendentes años
cuando venía una tristeza acaso
o dos a los sumo cada mes
sólo eso
(de Cantos para una exposición)
Las imágenes de Cantos para una exposición suceden en este orden: visual, sonoro, táctil, olfativo y gustativo, siendo las sonoras las más reiterativas. Predomina el verso libre, pero también hay versos alejandrinos y algunos sonetos. Me parece que Cantos para una exposición es uno de los libros más logrados de Langagne, pues es en este libro donde el poeta logra unir al arte; a saber: la literatura (con la intertextualidad de Sidney West), la música (con Agustín Bernal a la cabeza), la pintura y la danza, logrando el libro una unidad. Esto que dije no es para nada nuevo. Ya Jaime Muñoz Vargas[2] lo señaló en un artículo muy interesante sobre Cantos para una exposición. Después de mí habrá otros que citen a Muñoz Vargas.
Eduardo Langagne nos muestra ese primer rostro del artista serio, comprometido con su obra, sin dejar de ser joven en su juego verbal. La palabra en Eduardo Langagne, como en todo gran poeta, es creadora de imágenes, de música. Langagne hizo estudios de música y lenguas extranjeras en la Universidad Nacional; esto le ayuda mucho en su producción lírica pues sabe cuándo es el momento justo en el que hay que callar frente a la hoja en blanco. Cada poema, semánticamente, le exige al poeta como al lector la musicalidad de la palabra, la música en el interior del verso. La revelación de la palabra y su musicalidad se encuentran de manifiesto en su poema que lleva por nombre “Necesidad”, el cual es un poema que revela el ars poética, el ideal de la poesía de Langagne:
NECESIDAD
Primero un epígrafe rotundo, convincente.
Después ese pronombre en la dedicatoria.
Abajo, un verso limpio, exacto, trabajado,
bien pulido, aunque el pobre no sea inolvidable.

Otro verso más claro, la sencilla metáfora
del verso que le sigue, tal vez algún recurso
que mantenga la idea y luego un tropo, alguno
que haga chocar las piedras de la alegre semántica

para que saquen chispas que alcancen la hojarasca
y se produzca el fuego. Entonces está listo:
se borra aquel epígrafe, se tacha el nombre de ella,
se suprimen los versos (los exactos, los limpios,

los pulidos, los otros). Se despoja el poema
de metáforas, tropos. Se abandona dejando
la hoja blanca manchada de palabras que digan
ciertas cosas humanas cuando alguno las lea.

Este poema se divide en 4 cuartetos de métrica irregular. Sobre la sencillez de la palabra en el poema, lo atractivo es cuánto esta palabra pueda conmover al lector como ser humano, sin la retórica o juegos verbales (y conste que no niego el valor de los tropos literarios o las mismas figuras, tampoco niego que existan en la poesía de Langagne) que muchas algunas veces entorpecen al poema. Quiero poner énfasis en algunos versos de este poema que cité por completo: se trabaja al poema hasta pulirlo totalmente de ripios, se dejan de lado las cosas comunes y se busca que el poema hable sobre lo cotidiano por medio de un lenguaje literario, ese filtro.
La actividad profesional de Eduardo Langagne, además de la creación, incluye la traducción. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, miembro del Consejo de redacción de Cultura Urbana, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Así mismo es editor de varios libros y revistas. En el año 2004 CONACULTA publicó el libro Decíamos ayer, el cual es una selección de la obra de Langagne publicada entre 1980 y 2000, mientras que en año 2005, en Puebla, aparece la plaqueta que lleva por nombre Vagabundo, por la editorial LunArena.
[1] Sobre la edición de ´donde habita el cangrejo´
[2] Eduardo Langagne: las artes convocadas

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